Cada edad, cada etapa de la vida se encuentra aquí, el campo de juego, donde las pieles se hacen más porosas y los corazones se van abriendo.
Este campo donde los velos entre mundos se abren en el amanecer luminoso,
donde la magia y los espíritus de la naturaleza parecen estar presentes con nosotros
y la belleza absoluta de la naturaleza fecunda nos hace nudos en la garganta.
Abundan los momentos felices, mientras nuestros hijos corretean como corderos en la embriagadora libertad.
¿Es esto real, nos preguntamos, es una ilusión el que nos sentimos tan felices,
aquí en este lugar donde es tan fácil ser lo mejor de nosotros mismos?
A solo dos campos de distancia, por una pista llena de baches, se encuentra el resto del mundo, un mundo aparte.
Y nosotros abrigados en nuestro pequeño pedazo de paraíso bebimos la medicina de la tierra,
enraizados, conectados, simplificados, creativos, juguetones, abiertos, recordamos quiénes somos, en toda nuestra magnificencia.
Y la medicina nos sostiene, toca la misma fibra de nuestro ser
para que podamos recordar que este es el mundo real.
Las verdaderas riquezas están aquí: tierra, agua, sol, cielo, aire dulce, animales, pájaros, nosotros, Gaia.